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 LARACHE Y LA DUQUESA DE GUISA (Parte 1)

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inali

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Date d'inscription : 30/05/2006

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MessageSujet: LARACHE Y LA DUQUESA DE GUISA (Parte 1)   LARACHE Y LA DUQUESA DE GUISA  (Parte 1) EmptyMar 5 Sep - 4:14



LARACHE Y LA DUQUESA DE GUISA
Existió en la zona norte marroquí, en aquella que le asignaron los Acuerdos de Protectorado de 1912 a España, una corte que brilló con luz propia. Ni era la del Jalifa, ni estaba en Tetuán: fue la de Isabel de Orleáns y Orleáns, Duquesa de Guisa, establecida en Larache de forma casi permanente aun antes de la presencia española.

El porqué de la llegada de los Duques de Guisa, Juan e Isabel, a Marruecos resulta cuanto menos sorprendente. Arribaron a Tánger en 1909 procedentes del castillo de Nouvion-en-Thiérache, en el norte de Francia, una de las muchas propiedades de la familia. Su hijo Enrique (futuro Conde de París), dice en su libro “Mémoires d’exil et de combat” que en aquel castillo su madre se sentía prisionera. Se dedicaba a hacer obras de caridad en los pueblos de los alrededores y combatía el aburrimiento leyendo libros sobre el norte de África heredados de su tío-abuelo el Duque de Aumale, que había luchado en Argelia contra Abd-el-Kader. Estas lecturas al parecer excitaron su curiosidad sobre el Magreb.

Mientras, su marido Juan, más sedentario y menos inquieto que ella, no parecía encontrarse a disgusto en el castillo francés, donde estudiaba la Historia de la región y continuaba sus investigaciones sobre los regimientos de Francia.

Sea como fuere, abandonaron Francia para llegar a Tánger en 1909. No lo hacían solos, sino con cuatro hijos de corta edad: Isabel (nueve años), Francisca (siete años), Ana (tres años) y Enrique (un año). Si la Duquesa de Guisa se aburría y necesitaba nuevos horizontes, seguro que al menos para sus pequeños hijos había otros lugares más seguros que el Marruecos de aquel entonces, entre ellos Villamanrique, en la provincia de Sevilla, donde residía la madre de la Duquesa, llamada también Isabel, nacida Infanta de España y en aquel entonces Condesa viuda de París.

Desde luego no se marcharon de Francia porque pesara sobre ellos la ley del exilio de 1886, pues ésta afectaba a los jefes de las familias que hubiesen reinado en Francia (Orleáns y Bonaparte, pues los Borbones franceses se habían extinguido en 1883) y a sus herederos varones directos, y el Duque de Guisa no se hallaba en esa situación.

Era creencia consolidada entre ancianos larachenses que tuvieron ocasión de frecuentar a los Duques con asiduidad, el hecho de que llegaron a Marruecos “con lo puesto”. Todavía viven descendientes de aquellos que conocieron personalmente a la Duquesa de Guisa, y que con prodigiosa memoria recuerdan a sus padres narrar cómo los Duques fueron acogidos inicialmente por las monjas Franciscanas Concepcionistas y ayudados económicamente por la familia belga Clarembaux, establecida en Larache desde el siglo XIX.

¿A qué tanta aventura y precariedad económica en unos Príncipes de sangre cuyos bienes no estaban confiscados en Francia?. ¿Por qué el ir a parar a Marruecos con cuatro niños pequeños, el menor con un año?. Son especulaciones, pero tal vez tengan que ver con un duelo ocurrido en Larache antes de la I Guerra Mundial en los jardines del “Palacio de la Duquesa” entre el representante del cónsul de España, Zapico, y el Conde de Bernis (que había llegado con el séquito de la Duquesa en 1909), en el que el francés resultó muerto. Se adujeron insultos que el Conde había proferido hacia España; pronto se “echó tierra” sobre el asunto, pero la muerte de aquel Conde en duelo, siempre fue relacionada con cuestiones amorosas que apuntaban hacia la Duquesa.

Llegados a Tánger, comenzaron los Duques a recorrer distintos lugares del norte de Marruecos, con la intención de establecerse como colonos. Fue así como recorriendo a caballo la costa atlántica marroquí, llegaron a Larache. ¿Qué pudo mover a la Duquesa de Guisa querer establecerse en esta ciudad?. Quizás el encontrarse con “una pequeña ciudad recia, antigua y tranquila”, en palabras de su nieto el Príncipe Miguel de Grecia. O tal vez que allí conociese a alguien. En este último sentido apuntan testimonios que he recibido recientemente y que hablan de su relación amistosa con una francesa, quizás antigua dama de honor de la Duquesa, casada con un Clarembaux y residente por aquel entonces en Larache.

Avalando la tesis de su penuria económica, el Conde de París en el libro anteriormente citado, cuenta cómo con el apoyo de Alfonso XIII sus padres obtuvieron “la concesión excepcional de un terreno de cuatro hectáreas en Larache”. Quizás esta concesión “excepcional” se debiera a que las tierras que se dieron a los Duques fuesen anteriormente propiedad del Majzen. Puede ser, aunque revelaciones recientes me indican que al menos parte de esas tierras fueron donadas por la familia Clarembaux, que efectivamente eran propietarios de la finca conocida en aquella época como “Jardín del Zoco”, que comenzaba donde después se hizo la Plaza de España (actuala Plaza de la Liberación, antiguo Zoco Grande) y que corriendo más o menos paralela a la costa, se adentraba hacia el interior.

Adquirieron casi simultáneamente una propiedad agrícola a unos treinta kilómetros de Larache, ya en lo que luego fue zona francesa, y la bautizaron con el nombre de “Marif”. En esta finca vivieron pocos años, mientras se construía la casa-palacio de Larache. No se dieron a conocer por su auténtico apellido y rango, haciéndose pasar por la familia Orliac, aunque no por mucho tiempo pudieron ocultar su verdadera identidad.

Al estallar la I Guerra Mundial, el Duque de Guisa se alistó con el falso nombre de Jean Orliac y con él pudo servir a Francia como delegado de la Cruz Roja; descubierta su identidad, fue encargado por la República de difíciles misiones y al finalizar la contienda, recibió la Cruz de Guerra Francesa. Regresó a Larache pero nunca sintió hacia esta ciudad el cariño y apego que siempre tuvieron sus hijos y sobre todo su esposa Isabel. Fue entonces cuando se trasladaron de la finca “Marif” a lo que todos los larachenses conocemos como el “Palacio de la Duquesa de Guisa”, construido en parte de aquellas cuatro hectáreas recibidas. Un edificio con planta baja y primer piso con una gran terraza, pulcramente encalado en blanco y con persianas y puertas pintadas en azul marino; paredes encaladas sobre las que trepaban buganvillas moradas y todo ello -aparte otras dependencias diseminadas por la propiedad- rodeado de un extenso jardín en el que setos de mirto flanqueaban senderos interrumpidos de vez en cuando por plazoletas con fuentecillas y bancos de azulejería, que recordaban a los de los Reales Alcázares de Sevilla (no en vano la Duquesa era hija de Infanta española y sevillana); dentro de los parterres, alhelíes, fucsias, geranios y claveles. Enormes jazmineros podados en forma redondeada y damas de noche. En lugares más retirados, limoneros luneros y naranjos. Durante los mese de abril y mayo, enormes cantidades de gladiolos rosas y blancos florecían por todas partes. En las zonas más umbrías, plantadas en tiestos vidriados en cuya decoración geométrica, haciendo arabescos, alternaban dibujos blancos y azules, las obligadas aspidistras. Y por todo aquel jardín que se iba haciendo más enmarañado conforme se alejaba del Palacio, numerosas tortugas terrestres lo recorrían a su antojo en cualquier dirección.

Allí se estableció una corte cuyo centro sin duda fue la Duquesa de Guisa. Aunque no residían permanentemente en Larache, sino que alternaban sus estancias en la ciudad marroquí con otras en distintos países europeos, era ella quien de manera casi obstinada regresaba a esta ciudad siempre que podía, para permanecer allí cuanto más tiempo mejor. El Duque de Guisa a veces la acompañaba en estas largas estancias, pero no sintiendo por aquel lugar el cariño de su mujer, se aburría “soberanamente”, dedicándose a practicar uno de sus entretenimientos favoritos: tocar el tambor por los jardines del Palacio, motivo por el cual se hizo popular entre los larachenses. Esta afición la alternaba con la cacería y la equitación, que practicaba sobre todo al fondo del extenso jardín donde bastante diseminados, crecían eucaliptos, palmeras y araucarias.

Cuando los Duques de Guisa llegaron a Larache, él no albergaba ninguna posibilidad de convertirse en Jefe de la Casa de Francia; ocupaba el tercer lugar en la línea sucesoria. Pero el destino quiso que los que le precedían murieran sin descendencia masculina. Cuando en 1926 falleció su primo hermano el Duque de Orleáns (hermano de su mujer), el Duque de Guisa se convirtió en Jefe de la Casa de Francia; y con él su mujer y prima Isabel en “reina de derecho” de aquel país.

La República francesa en consideración al papel desempañado por el Duque durante la I Guerra Mundial, le ofreció la posibilidad de establecerse o pasar temporadas en Francia, con la condición de que se abstuviera de participar en cuestiones políticas. Pero él, consciente de lo que representaba y tras comunicárselo a su hijo y heredero Enrique, Conde de París y por tanto ya convertido en Delfín, decidieron exiliarse.

Es en esta época, a partir de 1926, cuando la Duquesa de Guisa, sin de jar de pasar largas temporadas en Larache, debió asumir las responsabilidades de su nuevo papel. La Casa de Francia estableció su domicilio oficial en las cercanías de Bruselas y como a la Duquesa no le afectaba la ley del exilio, organizaba visitas de propaganda monárquica a París y distintas provincias, donde en medio de ciertas esperanzas de restauración monárquica, era aclamada por la multitud con gritos de ¡viva la reina!. Lo cierto es que el Duque de Guisa, convertido contra todo pronóstico en pretendiente al trono y no sintiéndose atraído por la política, fue poco a poco dejando las riendas de la causa monárquica orleanista en manos de su hijo, el Conde de París.

El estallido de la II Guerra Mundial marca un antes y un después en la vida de la Duquesa de Guisa. Si llegada a Larache en 1909 fue enamorándose de la ciudad hasta el punto de que contra viento y marea hacía todo lo posible por permanecer en ella cuanto más tiempo mejor, a partir de 1939 y durante veintidós años, puede afirmarse que Larache se convirtió en su residencia oficial y que sus salidas al exterior se fueron espaciando cada vez más en el tiempo.

Al declararse el conflicto, los Duques se refugiaron en el Palacio de Larache. Y en este lugar falleció el Duque de Guisa el 25 de agosto de 1940. El cadáver fue velado por las Hermanas de la Caridad del hospital de la Cruz Roja y por la capilla ardiente desfiló gran parte del pueblo de Larache. Sus restos fueron trasladados directamente desde el Palacio ducal al cementerio viejo (de Nador o la Marina), donde fue sepultado en un nicho del Panteón de la Aviación Española.

Prueba de la importancia que las autoridades españolas daban a los Orleáns exiliados en Larache, fue la asistencia al entierro de numerosas personalidades. Así, presidieron el cortejo fúnebre el Obispo de Tánger, el Alto Comisario de España en Marruecos (General Asensio), el Secretario General de la Alta Comisaría, el Coronel Jefe del Territorio de Larache, el Interventor Regional, el Bajá de la ciudad (Sidi Mohammed Jalid Raisuni), el Ministro de España en Tánger (Don Carlos Miranda) y el Administrador de la Zona de Tánger (Don Manuel Amieva). A ellos debe sumarse la presencia de una nutrida representación de notables marroquíes y el pleno del Consejo Comunal Israelita.

Ya no fue sólo la guerra, sino el enviudar, lo que motivó el que la Duquesa de Guisa “enraizase” definitivamente en Larache y crease una pequeña corte en torno a la cual giró la sociedad larachense de la época. Convertida de derecho en “reina viuda” de Francia, y recayendo la herencia dinástica en su hijo el Conde de París, pudo organizar su vida sin tanta dependencia como la que en su papel de consorte, había tenido desde 1926.

Por el momento, el conflicto mundial planteó graves problemas a la familia y el Palacio de Duquesa en Larache se convirtió durante algunos años en residencia habitual (lugar de refugio para ser más exactos) de numerosos príncipes. Aparte de ella y desde 1940, allí estuvieron el Conde y la Condesa de París con sus hijos los príncipes Isabel, Enrique, Elena, Francisco, Ana y Diana; por si ello fuese poco, en 1941 nacían en Rabat los gemelos Jaime y Miguel y en 1943 y en el Palacio de Larache, la Condesa de París daba a luz a la princesa Claudia. A los citados, se unieron las hijas de la Duquesa: Isabel y su segundo marido el príncipe Pedro Murat con las tres hijas de ella; y Francisca (viuda del príncipe Cristóbal de Grecia) con su hijo el príncipe Miguel de Grecia.


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Los Duques de Guisa en su palacio de Bruselas (años 20)

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La Duquesa de Guisa (hacia 1935)

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Isabel de Orleáns (años 30)
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